CONTRANATURA

Entregado, atrapado y sin poder soltarme de sus garras sabía que pronto llegaría mi hora. Solo era cuestión de tiempo. Pero lo tenía asumido, ya que fui yo quien eligió caer en sus redes sabiendo que ella no tendría piedad de mí, nunca la tenía, pero aún así me arriesgué jugándome la vida.

Ella se acercó lentamente, observándome con sumo detalle, como estudiando cuidadosamente cada punto débil de mi cuerpo, cada extremidad para luego empezar a devorarme lentamente.

Inició su cortejo mediante un baile desconcertante, acompañado de miradas ardientes y contoneos sedosos, como hacia con todas sus victimas antes de hincar su mandíbula de dientes punzantes y afilados en sus cráneos. Cualquier otra presa no hubiera sido capaz de soportar la fuerza de su mirada que formaba parte de sus armas de seducción, dando notoriedad a su imponente apariencia física de cuerpo palo y tono verdoso.

Una y otra vez quiso penetrarme con su mirada, pero eso no funcionaba conmigo. No tuvo el efecto que buscaba, no consiguió que apartara mis ojos de los suyos. Contemplarlos era como estar mirando el cielo en una noche de verano, donde las estrellas brillan con más fuerza, donde las constelaciones se desnudan sin pudor mostrando su resplandor sobre un manto negro, todo ese conjunto recubierto por un brillo cristalino en forma de ovalo que daban forma a sus ojos grandes y rasgados de apariencia asiática.

Sus brazos largos y arqueados, como pequeñas sierras de marquetería me sujetaban con fuerza a pesar de su extremada delgadez. Yo permanecía inmóvil y firme intentado no mostrar síntomas de temor hacia ella, pero mi cuerpo delató el miedo que sentía al temblar de forma espontánea envuelto por un escalofrío que recorrió todo mi ser, no más esbelto que el de mi opresor, pero si mas musculado, aunque en esta batalla la fuerza de mis músculos no tomarían partido, estaba condenado.

Excitado por el momento en el que ella estaba más cerca de mí, deje llevar mi cuerpo al abandono. Sabía que pronto acabaría todo con su golpe mortal.

Cuando por fin ese momento llegaba, cuando podía notar su aliento en mí cara, ella me sorprendió con un suave y cálido beso. Me sentí descolocado, sin comprender nada de todo aquello, no podía creerme lo que estaba pasando.

Durante mucho tiempo había soñado con ese momento, al parecer ella también. Fue cuando en contra de su naturaleza asesina la Mántis me perdonó la vida.

[ Autor:  J. Toribio ]